C onducir en la noche es extraviarse. Pero es casi poesía hacerlo con el mar a un lado, enigmático su brillo profundo, distractor del trayecto su reflejo; apetece detenerse, plantarle cara, llorarle para hundirse en él. El mar es para quererse morir ahogado porque morir así es siempre romántico, ya sea perdido en alcohol, pescando, lanzándose de un crucero, cediendo el corazón a tus manos que son olas bravas que me asaltan, me ahogan y me matan. Las olas y el amor son el postre más dulce para los suicidas. La noche es larga y despreocupada, parece que no hay baches ni huecos de oscuridad en las colonias que pasan a través de la ventana del auto. El alumbrado público es una línea recta que divide la carretera, causa desesperanza la suavidad con que se proyecta en el camino, como si antes y después de todas esas lámparas no existiera nada. Como si al terminarse su iluminación se agotara el mar, la ciudad, las ganas por mantener la cordura. Empieza la noche, todo el trayecto lo cubre co...