En el sofá de un café,
Caterina observa a Leo, que se encuentra absorto entre las líneas de un libro. Ella
simula que lee, siendo incapaz de comprender las frases que en su mente pierden
el sentido. Culpa a Leo de su eventual torpeza. Él, encantador, con sus poros
que emiten lo que Caterina desearía que sus ojos delataran; sin misterios ni conjeturas. Los ojos de ella regresan
al párrafo inconcluso, pues su concentración se dedica a analizar si el
lenguaje corporal de Leo le indica lo que ella anhela que él grite
¿Ele me ama? ¿Ele gostou?
Ella piensa en portugués, porque siente que, si piensa en español, su mirada la traicionará, y que Leo, un metódico y detallista que le censura los gestos y
las miradas a modo inconsciente, se percatará de su letanía romántica, de su sorpresivo, creciente y caluroso amor por él. La mente de Caterina entra en un
duelo entre lo que ve y lo que siente; llegando a pensar que es posible que Leo
la ame, pero que quizá, a los mexicanos no se les da fácilmente deshacerse de
las pinzas que suponen una barrera para no herirse ante los sentimientos. Debido
a eso Leo se mostraba frió en ocasiones, y en otras, en esos memorables deslices,
parecía abrirse, confesarse incluso. ¿O acaso eran sus diferencias culturales, esas
brechas de patria, de incontables kilómetros, lo que los separaba en
cuestiones de entendimiento involuntario?
“Claro que não, ele não
me ama”, se afirma a si misma Caterina. Leo suspira, e incorporándose, recuesta
la cabeza sobre las piernas de ella, sin inmutarse.
—El amor se da con el tiempo, no es algo que nace de pronto y se
toma velozmente. —dice Leo, sin
apartar los ojos del libro.
—¿Lo dices tú o algún personaje? —cuestiona Caterina.
—Él personaje —responde
Leo.
No eran diferencias de cultura, eran sus opuestos ideales del amor lo
que evitaba que se vieran a los ojos con franqueza, y que ambos se dijeran “meu
amor”
—El amor se abraza en el momento en que se siente. —dice
Caterina, con los ojos en el libro.
—¿Esa frase de quién es? —interpela Leo, colocando el
libro abierto sobre su pecho y entregando su atención a Caterina.
—Mía.
—La que leí, no era mía, pero la sentí —confiesa él.
—Que injusto eres.
—Tú también, bonita como siempre, robándome la atención de tanto
que me miras.
Caterina sonríe de oreja a oreja, y Leo se incorpora a su lado, pasando
sus dedos por el cabello de ella.
—Cafuné —dice Caterina en un suspiro.
—¿Qué significa eso?
—Lo que acabas de hacer, pero en mi idioma —responde
ella.
En ese momento ella se percata de que Leo la ama, y que no necesita escuchar las palabras. El gesto de acariciarle el cabello fue suficiente para
que Caterina comprendiera que la manera de amar de Leo, al igual que la forma
en que se expresa una palabra en diferentes idiomas; podía variar en formas,
mas no en significados.
-Jazmín G. Felix.
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Imagen recuperada de: https://infinite-paradox.tumblr.com/post/82938774734 |
-Jazmín G. Felix.
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